Transmitir valores en la educación

Imagen CC: jeans | Malingering
Educar a los hijos en la responsabilidad no es una tarea que se improvise, hay que trabajarla desde que nace el niño. Antonio Santos, presidente del Instituto de Iniciativas de Orientación Familiar,  asociación que coordina e impulsa las actividades de los centros de orientación familiar de toda España, defiende esa idea en su organización.
En este sentido, desde el Centro de Terapia Familiar creemos que es fundamental fijar límites en los primeros años de vida, un niño al que no se ponen límites se sentirá inseguro y menos querido que el que sí los tiene. En ocasiones no educamos a nuestros hijos por comodidad, porque muchas veces, nuestras obligaciones como educadores nos  suponen un gran esfuerzo:

  • Cuidar nuestro comportamiento para actuar como modelos a la hora de transmitir valores, predicando con el ejemplo. Es muy importante inculcar la coherencia entre cómo se piensa y cómo se actúa.
  • Tratar de relativizar la importancia de los problemas, afrontando los contratiempos con optimismo. Esto servirá mucho al niño a lo largo de su vida.
  • Ser muy conscientes de las limitaciones de nuestros hijos y aceptarlas con naturalidad. Es importante saber qué podemos exigirles y qué no.

José Miguel Cubillo, presidente del centro de orientación Aula Familiar, en Madrid,  recuerda que el fin de la educación no es evitar peligros sino ayudar a los hijos a ser mejores personas. Afirma que “ayudar” no es hacer las cosas por ellos y  para “ser mejor”, entre otras cosas, hay que asumir riesgos y cometer errores para aprender a tomar decisiones libres.

Cubillo defiende que para educar a los hijos es necesario fundamentarse en ‘las tres P’: poder, prestigio y persuasión.

  • El poder es la acción que realizan los padres sobre el comportamiento de los hijos: “haz esto”, “no lo hagas”. Es una parte de la autoridad con fecha de caducidad, más importante cuanto más pequeños son los hijos. De forma genérica, se puede decir que hasta los 12 años el poder es imprescindible prácticamente de forma única. Sin embargo, el poder no basta para educar.
  • A partir de los 12 años aproximadamente hay que completarlo con el prestigio, que no actúa sobre el comportamiento de los hijos sino sobre sus emociones, a través de la vía de las buenas acciones propias. La finalidad es conseguir comportarse de tal forma que los hijos piensen “quiero ser como mis padres”.
  • Por último, la autoridad se completa con la persuasión, es decir, conseguir que los hijos lleguen al convencimiento personal de que la guía paterna es la correcta. Esto es necesario a partir de los 16 años.

En lo que coincidimos, es en que el mejor legado que podemos dejar a los hijos es dotarlos de una valía personal que superará con creces el valor de cualquier herencia material. Una persona con valores y con buen criterio a la hora de dar importancia a las cosas, tiene muchas posibilidades de ser feliz y tener éxito en la vida.



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