Los tres estados del yo, la ‘Teoría del Análisis Transaccional’

La teoría del análisis transaccional no es un dogma de fe seguido por toda la comunidad científica, pero para muchos profesionales de la psicología moderna representa una forma muy sencilla de analizar la personalidad del individuo dividiéndolo en tres partes que idealmente deberían estar razonablemente equilibradas. Éstas partes son : Padre, adulto y niño.

La web www.piscoactiva.com encuentra en esta teoría, un conjunto de herramientas conceptuales prácticas destinadas a promover el crecimiento personal y el cambio. La considera una terapia fundamental para el bienestar y para ayudar a las personas a alcanzar su máximo potencial en todos los aspectos de la vida.
Como hemos comentado, esta teoría defiende que el Yo está compuesto de tres estados, base fundamental de la psicología fundamentada en el Análisis Transaccional. En este sentido, la psicóloga Rita Giardino, asegura que “las interacciones de las personas están compuestas de transacciones”, que son el producto de la reacción ante los estímulos y las respuestas, y, en este sentido, el Yo se manifiesta cuando nos relacionamos. “Cuando las personas interactuan lo hacen desde uno de los tres estados diferentes del Yo”, apunta la psicóloga.

Explica que “un estado del yo es una forma específica de pensar, sentir y actuar”. Cada estado se origina en una parte concreta del cerebro y en cada una de nuestras interacciones se activará una de estas partes, motivándonos a interactuar en un estado concreto. Y ” nuestras acciones provienen de uno de los tres estados del Yo”: El padre, el adulto y el niño.

¿Qué representa cada estado? Según la web www.siquia.com, cada estado tiene unas peculiaridades bien definidas que deben estar en equilibrio.

  1. Niño. El estado del niño es la manifestación de nuestros impulsos más primarios que responden a las experiencias que vivimos de niños y que quedaron integradas en nuestro cerebro. Este estado se caracteriza por expresar lo que siente, piensa, quiere, desea, de forma libre y abierta, como haría el niño que fuimos. La ilusión, la fantasía desorbitada y la irracionalidad se vinculan al estado de nuestro niño interior y, por ello, muchas veces se culpa a este estado de los problemas que vivimos durante nuestra vida adulta. Más emocional que racional, es un estado que anhela constantemente – un anhelo que generalmente deriva de sentimientos reprimidos y no expresados durante nuestra real infancia. El niño interior no representa un modelo de estado positivo o negativo sino que tanto nos brinda ventajas – permite que nos emocionemos y disfrutemos “como niños” aquello que nos gusta – como también contratiempos – ilusionarnos demasiado frente a algo que posteriormente no conseguiremos y nos provocará frustración.
  2. Padre. El estado del Padre del Yo es el resultado de todo lo que aprendemos de nuestro padre y madre durante toda nuestra infancia. Según la psicóloga se trata de, “un compendio de las actitudes y el comportamiento incorporados de procedencia externa”. Este estado nos motiva a actuar – hablar, pensar, sentir, opinar – como lo hacían nuestros padres cuando éramos niños. Así, el estado del Padre representa la personalidad que heredamos de nuestros progenitores, “modelos básicos en la forma de nuestra personalidad”. Este estado nos recuerda – e implanta – los valores, creencias e ideologías de nuestros padres, llevándonos a actuar como ellos lo harían y no según nuestro propio criterio. El Padre Crítico, de algún modo, contamina nuestra capacidad de determinación y configura parte de nuestra personalidad sin siquiera ser conscientes de ello.
  3. Adulto. En nuestro yo adulto percibimos la realidad presente de forma objetiva, de forma organizada, calculamos las circunstancias y consecuencias de nuestros actos con la base de la experiencia y los conocimientos”. Se trata, pues, de la dimensión interior, auténtica y analítica de nuestro ser. El estado adulto nos permite analizar de forma racional tanto nuestro alrededor como nuestro propio interior, desvelándonos así cómo somos realmente y qué elementos de nuestra personalidad derivan de una “contaminación” influenciada por nuestros padres o nuestras vivencias en la infancia. En este sentido, un estado Adulto bien desarrollado mantiene controlados los actos excesivos tanto del Padre como del Niño, pudiendo pues entablar relaciones coherentes y racionales. Todo esto no contradice el hecho de que el Adulto puede sentir tanto como el Niño y puede ejercer una autocrítica como el Padre, pero de un modo saludable y nada destructivo – sino constructivo y manifestándose según aquello que convenga más a nuestro bienestar, sea una decisión satisfactoria o no.

El conocimiento de esta realidad nos permite a los individuos hacer un autoexamen y comenzar un trabajo personal para conseguir un equilibrio entre los tres estados que nos permita mantener aspectos positivos de cada uno de ellos.

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